sábado, junio 30, 2012


Por algún motivo te avergüenza vomitar en público, aun cuando sea medio atrás, al costado del auto, en ese canal que se forma entre la calle y la vereda, de donde todo se iría tarde o temprano con un poco de agua de lluvia, de riego o de limpieza a la mañana temprano. Entonces formás un recipiente con tus manos flacas (estabas flaca en esa época), y vomitás ahí, sin que se rebalse, como si hubieras sabido de antemano que todo el contenido de tu estómago entraba ahí, en ese huequito de manos frías de adolescente. Y si te ahorraste la vergüenza de lanzar el vómito en una de las calles del centro de Bahía Blanca, no tenés manera de sacarte el olor de las manos. Lo sentís aun después de habértelas lavado con jabón en el baño de tía Chola, el mismo donde, con mejor suerte (¿en un viaje anterior o posterior a este?), sentiste pasar por tu garganta los ñoquis del almuerzo, uno a uno, de camino al inodoro, duritos, enteros. Qué ciudad horrible Bahía Blanca.  

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